La fotografía de unos ojos sin luz
Por Ivonne Paredes
OAXACA.- Todo está listo. En menos de cinco minutos, toca la cara y brazos de su objetivo, toma su distancia y coloca arriba de su cabeza su cámara fotográfica. Antes de realizar la única toma, sólo le hace una petición: le hable con voz alta para poder ubicarlo, ya que no puede verlo; es ciego.
El único fotógrafo profesional invidente en México carga su Yasika T4 a donde va, ya que para él cualquier momento puede ser propicio para captar un instante.
Gerardo no puede ver desde hace 14 años y, aunque no le gusta hablar de su enfermedad, afirma que padece Retinopatía Diabética, una complicación de la diabetes que posee desde que tenía 10 años.
Aún con la sombra en sus ojos, es orientado no sólo por sus instintos, sino por sus otros cuatro sentidos.
"Mis fotografías no son visuales. Lo que tomo es emocional, es lo que siento", reflexiona.
Una de las fotos que más le gusta es aquella que realizó en Monte Bello, Chiapas. En ella, ocho pequeños indígenas se encuentran sonriendo en un primer plano y, como fondo, la laguna es testigo del momento.
"Eran niños indígenas cafetaleros que se me acercaron. Pude sentir su emoción al decirles que les tomaría una foto. Les dije 'si se dejan tomar una foto, les compro café', y de inmediato se colocaron", recuerda.
Sin embargo, la mayoría de su trabajo es acerca de Sergio, un joven también invidente del poblado de San Lorenzo Texmelucan, en la Sierra Sur de Oaxaca, a quien realizó una serie fotográfica llamada "Fronteras", expuesta en el Centro de la Imagen de la Ciudad de México en 1999.
Dicha colección formó parte de "El Espacio de lo Diverso", donde se conjuntó con la obra de otros fotógrafos y que visitó la Fototeca de Veracruz y Monterrey.
"Sergio es un alumno ciego del centro de rehabilitación del DIF, su lengua materna es el zapoteco y casi no hablaba el español. Lo fotografié por su personalidad. Es un reconocimiento de cómo los seres humanos logran con base en esfuerzo, ímpetu y tenacidad, sus planes", narra, quien habla perfectamente el inglés y ha tomado cursos de liderazgo en Oregon, Estados Unidos.
Con celular en mano y constantes sonrisas enmarcadas por su barba, se dirige al fondo del Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo donde se encuentra un pequeño jardín. Ahí sólo los sonidos del viento y los pájaros logran penetrar la quietud del recinto.
Al mismo tiempo que confiesa su gusto por la música sensual, la brasileña y el lounge, se reconoce experto en preparar cocteles, aficionado al futbol e incansable navegador de internet.
A sus 38 años, transita por la calle enfrentando la ceguera, "una frontera difícil tanto para el que ve como para el ciego".
Para "Temo", como lo llama su madre, el ser invidente no es impedimento para tomar fotografías, ya que "sólo es una relación de comunicación con los demás".
"El no ver no me limita en nada. Tomo fotografías porque es una manera de decirle a los demás que se den chance de abrirse a otros mundos, que pueden encontrar mucha riqueza interna, emocional y espiritual en ellos mismos", expresa, mientras sus manos grandes y morenas tropiezan con la grabadora.
Con gesto adusto, recuerda cómo un día, por casualidad, se acercó a lo que ahora tanto le gusta, y afirma que no necesita ver para fotografiar, pues las imágenes las lleva en la mente y las sensaciones en el corazón.
"Un día en broma le dije a la directora del Centro: 'oye Claudia (Salcedo), ¿cómo le harías para enseñarle a tomar fotos a un ciego?' Ella se rió, sacó su cámara y me dijo: 'a ver, tómale, a ver qué pasa'.
"En ese momento dije a ver, no voy a andar disparando porque eso no tiene sentido, cualquier individuo puede estar disparando la cámara. Tengo que pensar, darme cuenta a qué le quiero tomar fotos, ya que no hay estimulo visual", recalca.
Gerardo toma fotografías desde 1996 y, aun cuando no se asume como un fotógrafo profesional, habló como un experto. Se refirió a la única herramienta que usa para tomar fotos: el sonido; a que no se centra en la nitidez de las imágenes, sólo a transmitir sus sentimientos; de precios de papel y de los espacios en los que se han publicado.
El también asiduo lector de El Marqués de Sade dice contar con más de 600 fotografías, aunque 450 de ellas todavía están en negativos y contactos, ya que el papel resina -su preferido-, es muy caro.
Gerardo usa el braille en sus fotografías -el cual aprendió a los 27 años en el Centro Internacional Pro Ciegos del Distrito Federal. Les imprime una descripción, título o frase característica de lo que sintió al momento de tomarla.
Recuerda que su primera fotografía fue la de un policía que trabajaba en el Centro Fotográfico, la cual es a color y también tiene una frase impresa en braille.
Antes de hacer una fotografía, Gerardo tiene contacto físico con la persona. Toca su rostro, sus manos y sus brazos para poder conocerla. Tal cual les enseña a otras personas invidentes en su labor diaria en el Centro de Rehabilitación del DIF Oaxaca.
Después, se deja llevar por el sonido, guarda su distancia y, generalmente, sólo realiza una toma.
"La cámara no siempre me la pongo acá (altura de los ojos), a veces me la pongo aquí (arriba de la cabeza, cintura, pecho). A veces me acuesto y la tomo de lado. Éso es lo padre de la ceguera, no importa si me agacho y acuesto, lo importante es que ya ubiqué de donde viene el sonido y la altura", afirma mientras toca su reloj en braille.
Aunque asegura manejar los encuadres, Gerardo no se deja llevar por si el objetivo entra perfectamente en la fotografía.
"Igual y te mocho el copete, pero si tu cara salió, me doy por bien servido (...) No me he puesto a pensar en la técnica, estoy en proceso de asumirme como fotógrafo y tal vez soy ideático, pero hasta que viva de eso, podré decir que soy fotógrafo", añade.
Sonriendo, recuerda que el mayor pago que recibió por sus fotografías fue cuando 26 de ellas se publicaron en el libro "Diálogo en la Oscuridad" y, aunque su interés no es hacerse rico, dice le encantaría poder vivir de eso.
"Casi no he vendido fotografías. Unas personas de la Ciudad de México vinieron al Centro Fotográfico y les gustaron algunas, y me compraron seis; a 300 pesos cada una (...) Para el libro se escogieron 26 fotos y me dieron 5 mil pesos por ellas", dice.
Confiesa que su trabajo también se ha publicado en revistas como Luna Córnea -en un número dedicado a los invidentes-, y Zona Cero.
En "Diálogo en la Oscuridad", Gerardo comparte espacio con el esloveno Evgen Bavcar, también fotógrafo invidente. Sin embargo, asegura que éste se concentra más en la necesidad que tiene por una imagen.
"Bavcar hace fotografías con movimientos de luz, lo que provoca que se vean como si tuvieran niebla (...) Además de que monta escenas para fotografiarlas. Yo soy más de gente, más espontáneo, y él no", afirma.
Se considera hedonista, pues al sentirse a gusto con alguien, decide tomarle fotos, logrando así su único objetivo: comunicarse y transmitir sus emociones.
"Junto los momentos en que me siento bien y hay algo que me impulsa. No tomo fotos nada más por tomarlas", comenta mientras suelta una carcajada, y menciona que imparte un taller de fotografía dos veces al año para lograr que las personas videntes utilicen todos sus sentidos para construir imágenes.
No le gusta complicarse, y es por eso que usa una cámara automática. No utiliza tripié, todo lo hace con sus manos; sólo dibuja una línea horizontal imaginaria. Y, en cuanto a la luz, cuenta también con un flash automático.
Con molestia en su rostro, Gerardo enfatiza que hay gente escéptica por su trabajo fotográfico, que lo ven más con morbo, pues no entienden la paradoja entre aquellos que a pesar de carecer de un sentido, realizan trabajos visuales dignos de ser admirados por quienes poseen todos sus sentidos.
Fiel a su aseveración, añade que el sentimiento más peyorativo es la conmiseración, que la mayoría de la gente se refiere a los invidentes como "cieguitos" cuando éstos también tienen habilidades y limitantes como cualquier otro ser humano.
"La discapacidad es una condición de vida, es como estar chaparrito o morenito, y éso es la ceguera para mí", reitera, quien tiene un hijo llamado Gustavo, de 9 años.
A pesar de que su acercamiento a la fotografía fue producto de la casualidad, Gerardo Artemio Nigenda tiene como proyecto a corto plazo captar con su cámara a mujeres de Juchitán, ya que le gusta la sensación que transmiten al estar sentadas fuera de su casa tomándose un café.